Decrecimiento cultural | Transductores

Decrecimiento cultural (Artículo)

Decrecimiento cultural: Otras formas de políticas culturales

Publicamos en este blog un texto que hemos desarrollado en relación a teorías de decrecimiento y políticas culturales. El texto saldrá en un libro editado por Transit “Música para camaleones. El black albúm de la sostenibilidad cultural”, que recoge numerosas iniciativas de trabajo cultural y agentes del sector, además de aportes y mapas de trabajo de los grupos. Además hemos colaborado con una ficha como Transductores. El libro estará disponible en digital pronto. El texto se puede descargar directamente aquí.

Decrecimiento cultural. ¿Otras formas de políticas culturales ?

“Vamos lento porque vamos lejos”

Frase del 15 M

“No entiendo el interés que tenéis muchos, amigos, en explicitar lo mucho que trabajáis”

Twitter Rubén Díaz, 26 de diciembre, 2010.

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Este ritmo de actividades ya lo tomamos como normal. Son tareas que cruzan muchas de nuestras vidas en cuanto a la gestión del día a día de proyectos, plataformas y relaciones.

El decrecimiento, en términos generales, aboga por repensar por qué seguir creciendo y atendiendo a un tipo de lógicas capitalistas bajo el paraguas del desarrollismo y las lógicas neoliberales del “crecer por crecer” como único paradigma de la sociedad. Repensar el impacto, la calidad de las relaciones, los ritmos, la redistribución de recursos, rentas y capitales son algunas de las claves del decrecimiento. Sus propuestas: la redistribución y relocalización de los recursos, a partir de experiencias de autogestión ciudadana, que generen mercados de intercambio de concimientos capitales, y que, por tanto, den opción a otro tipo de relación entre medios, sistemas y modos de supervivencia. La soberanía energética y alimentaria, a partir de los movimientos de cooperativas agroecológicas y la producción local apuestan por la participación directa y la democracia real. Son ejemplos claros y realistas de otros modos de relación y distribución de recursos. Rechazan el monocultivo, el neocolonialismo alimentario y la explotación globalizada de otros países. El reto al que nos enfrentamos sería plantearnos hasta qué punto estas propuestas podrían  ser plausibles y eficaces en las políticas culturales hoy en día.  Así el decrecimiento replantearía la producción cultural en términos de ecosistemas socio-culturales donde diversos agentes entran y deben sostener un ritmo de relaciones en un entorno con una biodiversidad específica. El reto es simple: evitar caer en el colonialismo o monocultivo corporativista de la producción cultural. Ésta se basa en explorar, conquistar y explotar recursos de forma autoritaria, o en generar proyectos centralistas en los que no se permita la producción local ni la biodiversidad. En concreto, nos referimos a una nueva redistribución de recursos, con otras lógicas de gestión y presupuestos, así como de agentes y tiempos en las políticas culturales. Una que ponga en duda la necesidad de macro-eventos, de grandes exposiciones de alto coste material que marcan un monocultivo depredador en cultura. Se trata de repensar otros modelos alternativos ante el sistema de producción de “cultura transgénica”(1) predominante en la sociedad actual.

Ante este escenario, proponemos modelos de cooperación local, generación de grupos de trabajo con expertos locales y espacios de ciudadanía directa, como elementos donde repensar la gestión de la cultural. En resumen, otro tipo de espacios culturales donde se puedan hablar de presupuestos participativos, sin que ello suponga una utopía o sueño post-marxista (2).

Siguiendo las lógicas del decrecimiento, sería interesante producir un cambio de proporción en los presupuestos de las instituciones culturales. Éstas se articulan mayoritariamente sobre gastos materiales basadas en las colecciones y exposiciones (producto hegemónico de cultivo en el ámbito de la globalización cultural), gastos en derivados basados en seguridad/mantenimiento de dicha producción y en gastos derivados de la presencia de figuras internacionales del mercado global de la cultura. Repensar la proporcionalidad de presupuestos supondría producir más talleres, cursos, espacios de encuentro, proyectos educativos, plataformas de debate con agentes y redes locales. Esta gestión requiere tiempos y gestiones lentas. Mayoritariamente responden a espacios de pedagogías colectivas, de cuidado y afectos lentos (educación lenta o slow activism). Y claro está, cuidar los modos en que se retribuyen y reconocen estos modos de trabajo (3).

Esta redistribución también se podría experimentar en otras dimensiones, en cuanto a la relación de las instituciones con su entorno. Por ejemplo, la eliminación de los intermediarios en la producción de eventos o proyectos (muchas son las empresas o productoras que tienen un monopolio con recursos públicos) y la promoción, en cambio, del trabajo con cooperativas y colectivos sobre la gestión de la cultura y su mediación (4). Otra vía es la inclusión directa y participativa de diversos sectores profesionales del entorno en las dinámicas de producción de centros y la experimentación de otros modelos de trabajo con el territorio (por ejemplo, la revalorización del trabajo con lo local, sin caer en marcos populistas) (5). El decrecimiento abogaría aquí también por normas de transparencia, de ética e igualdad laboral paritaria y marcos regulativos que garanticen la calidad de los productos y los modos en que circulan. También, en último caso, de manera radical, el rechazo directo al patrocinio de empresas que no respeten los marcos equitativos sociales o agroecológicos, sería una punta de lanza del decrecimiento cultural (6). En definitiva, uno de los mayores retos está en generar otros marcos donde no se priorice lo cuantitativo sobre lo cualitativo, lo productivo sobre lo reproductivo, lo efectivo sobre lo afectivo.

Queremos subrayar que no estamos hablando de una “retroguardia”, como una especie de colchón que alivie los ataques transgresores de la vanguardia cultural por la puerta trasera. De hecho, entrar en dicotomías de delante/ atrás nos situaría precisamente en la misma dialéctica de producción que queremos evitar. Precisamente Latouche nos recuerda que los tiempos y formas de relacionalidad son complejas, relativas y multidimensionales(7). Por lo tanto, cuando hablamos de “perder el tiempo”, “tiempo eficaz”, o “tiempo productivo”, son nociones que responden en numerosas ocasiones a lógicas productivistas centro-europeas de la modernidad. Incluso algunos lenguajes actuales de innovación social se enmarcan en estos términos capitalistas: nichos de cooperación, cuencas de producción colaborativa, planes de emprendiduría, laboratorios para la innovación(8), etc. Si nos fijamos, la idea de explotación de recursos sigue vigente en los nuevos mercados culturales con un latente discurso neocolonial. Tratamos estos nichos como si de minas, montañas o selvas amazónicas se tratasen, donde se extrae riqueza de ellas por la acción de empresas extranjeras.

Estos cambios que proponemos aquí no deben de ser tomados como ligeras modificaciones, sino como transformaciones profundas, ya que proponen un tipo de políticas que son:

– anticapitalistas y antineoliberales: el crecimiento y la acumulación de capital no es el único modo de sobrevivir culturalmente;

– antipositivistas: no toda la cultura es buena, sino que es un campo de conflictos y no tenemos por qué generar narraciones heróicas, conceptos benevolentes sobre el desarrollo cultural o argumentar todo en términos de crecimiento cultural, social y económico;

– anti-patriarcales: entendiendo la cultura como un conjunto de relaciones colectivas y afectivas, de cuidados y trabajos reproductivos, y no como un territorio de competición y explotación de los recursos de la denominada “burbuja artística”.

La pregunta se repite al final: ¿Es posible decrecer en las políticas culturales actuales?. Sin embargo, la respuesta no debe enunciarse desde los discursos “anticrisis” tipo: se trata de “ser austeros”, o “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (sociales o culturales)”, o “debemos ser más sostenibles en los mercados”. Repensar la proporción de los recursos y medios que dedicamos a un proyecto, y las lógicas (políticas) que subyacen a nuestra relación del tiempo y del espacio son claves. El decrecimiento trataría de alcanzar la autogestión y mediación ciudadana de la cultura. Propone otros modos posibles de organizarnos, de relacionarnos, de redistribuir nuestros tiempos y de reorganizar los recursos. ¿Otras políticas culturales posibles?.

NOTAS

(1). Término que tomamos prestado a Eduardo Molinari, quien lo introduce en el libro del proyecto Los niños de la soja. Véase Revista online: Malabia: arte, cultura y sociedad. www.revistamalabia.com.ar

(2). A día de hoy asistimos al desmantelamiento directo del proyecto Amarika. Este fue un ejemplo real de gestión, del presupuesto en cultural de forma participativa de la Diputación Foral de Álava, mediante una asamblea ciudadana y comisiones de trabajo durante el 2008 y 2011.

(3). Bajo la lógica de la autogestión se pueden esconder estrategias para que diversos grupos o iniciativas, “por amor al arte”, organicen actividades o proyectos sin ningún tipo de retribución y explotando el paradigma de la participación a expensas de un ahorro de partidas presupuestarias, como el programa  Big Society en UK.

(4). Muchas empresas también ejercen un monopolio sobre los servicios educativos y otras actividades derivadas como la seguridad en sala, etc..

(5). Pocos centros culturales tienen trabajadores comunitarios o áreas específicas en este trabajo, ya que el número mayor de visitantes se atrae generalmente mediante visitas escolares, categorizadas como “públicos cautivos”.

(6). En este sentido es notorio señalar en UK el trabajo de Platform en la galería Arnolfini (Bristol, 2009) que desencadenó uno crítica sobre justicia ecológica a las instituciones culturalesy posteriormente la plataforma activista Liberate Tate , que rechaza el patrocinio de la British Petroleum de proyectos artísticos http://liberatetate.wordpress.com/

(7). Latouche, Serge (2003) Decrecimiento y posdesarrollo. El pensamiento creativo contra la economía del absurdo. El Viejo Topo.

(8). Aquí cabe destacar que el paradigma de “laboratorio” no escapa también de las dinámicas capitalistas, ya que abre nuevos  mercados y experimenta nuevos modos de economías culturales que deben ser analizados críticamente con más detenimiento en las lógicas de gentrificación urbana y proletariado cognitivo.

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